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El Ogrito, en voz de su directora

  • Rosario Sampablo
  • 15 nov 2016
  • 2 Min. de lectura

En escena Jesús Loaeza y Luz de la Rosa. Foto: Rafael Alfonso

Jesús Loaeza y Luz de la Rosa. Foto: Rafael Alfonso


El ogrito es una obra apta para niños, jóvenes y adultos, que nos invita a reflexionar a fondo sobre la crianza, la educación y la diversidad en nuestro medio social; una obra para toda la familia que nos cuestiona acerca de la naturaleza humana y sobre nuestra postura ante el otro.

La puesta en escena se concibe desde una clave estética simbólica, donde se ponen en juego las paradojas del aislamiento contra la socialización, la crianza materna contra la educación escolar, la libertad contra la privación y el aislamiento. Dentro de una concepción plástica impresionista y a la vez atemporal se definen el espacio escénico y los objetos del universo de la fábula. Era necesario que cada elemento, cada objeto jugará una doble significación, cada cosa aparenta lo que es pero esconde dentro de sí otro signo. La casa es el lugar de la crianza, “el huevo que protege el embrión” el mundo creado por la madre, por tanto artificial. El espacio exterior juega con una lógica más cruda, casi realista, cuya atmósfera se construye a partir de la música y el juego de luces. El espacio escénico opera bajo la lógica del espectador como testigo y, en ocasiones, como cómplice de los secretos entre la madre y el hijo.

El trabajo actoral es la clave fundamental de esta puesta en escena en la que el público vivencia la eclosión del protagonista para lograr la identidad y la autonomía. Dicho trabajo fue concebido bajo los preceptos del teatro físico, y de la composición dinámica de la acción. El flujo interno rescata la contención como un elemento básico para dar cuenta de una relación que transita por la sobreprotección, el choque de propósitos, la separación y la conciliación final.

Para el Grupo de Teatro Crisol y Godot Teatro, el discurso dramático de Suzanne Lebeau constituye un reto para ir más allá incluso de las figuras arquetípicas de la madre, el hijo, el monstruo, la maestra o el padre ausente; y así generar un universo cercano donde el conflicto humano planteado introduce elementos inesperados y contradictorios que acentúan y matizan la relación entre los personajes y el espectador.


 
 
 

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