Desarrollo dramático de la peste
- Por Joel Bulnes
- 23 jun 2020
- 3 Min. de lectura
En su libro “Diario del año de la peste” Daniel Defoe nos cuenta la manera en que se desarrolló la peste en Londres a lo largo del año de 1665. Al momento en que aquellos hechos tuvieron lugar, el escritor tenía solo cinco años, pero podemos suponer que, dadas las circunstancias, más de una vivencia quedó grabada en su memoria. Por lo demás, según se ha dicho, el escritor se basó en las anotaciones que dejó su tío sobre aquel desdichado año. A partir de estos escritos, Defoe construye su crónica. Aquí yo me pregunto, ¿Tiene una peste —como la que ahora mismo vivimos— un desarrollo dramático natural, o los autores, como Defoe, acomodan los hechos de una manera dramática para sostener el interés de los lectores? A mi entender toda peste presenta una organización y un desenvolvimiento dramático natural, sin necesidad de que un autor organice dramáticamente los acontecimientos. Evidentemente Defoe le da a su relato un valor añadido por él, —el encanto de su narrador, por ejemplo— lo único que yo hago es resaltar el desarrollo dramático que estos acontecimientos tienen ya de por sí. En primer lugar, la peste ocurre en un lugar y tiene una duración temporal determinada. La peste de Londres, por ejemplo, empezó en diciembre de 1664 y perdió su virulencia casi por completo para octubre del año siguiente.
El desarrollo dramático sería más o menos como sigue: La peste da inicio, empiezan los primeros contagios, pero no se les da la debida importancia, se tiene la impresión de que la cosa no pasará a mayores. De repente, tomando a la población por sorpresa, los contagios aumentan drásticamente y se producen muchas muertes. Luego, sobreviene un periodo de calma en el que pareciera que el mal ha cedido y ya ha pasado lo peor. Se relajan las precauciones. Se cree que se ha ganado la batalla y entonces sobreviene el verdadero desastre en el que las muertes sobrepasan toda expectativa; si se había pensado que el primer ataque del mal había sido horrible para este segundo ya no hay palabras que describan cabalmente el poder destructivo del flagelo. En el límite de la esperanza, cuando las listas de fallecimientos semanales alcanza su grado máximo, el mal, no pudiendo durar indefinidamente, pierde su vigor inicial y la mayor parte de los que se contagian durante esta etapa, logra recuperarse. El mal pierde la batalla y la ciudad vuelve de forma inopinada a la normalidad. Nótese que todo el fenómeno ha tenido un desarrollo dramático natural, progresivo, que alcanza, como el drama, un punto de máxima intensidad a partir del cual da inicio el desenlace. La aparición de una cura milagrosa fuera de tiempo, más que ayudar, nos habría venido a aguar el drama. Hablo en términos estrictamente dramáticos. A este respecto, ¿quién no experimentó cierta decepción hace un mes o poco más, al leer la noticia de que cierto medicamento que se compra en la farmacia de la esquina era capaz de curar el mal? Esto es así porque ya habíamos empezado a vivir dramáticamente los acontecimientos, preparándonos, tal vez, para lo peor, haciéndole frente a un oponente de respeto, al cual, desde luego, no nos imaginábamos vencido fácilmente por unas simples pastillas. Por fortuna para la historia de nuestra peste no fue así, al contrario, el oponente que debemos enfrentar parece digno de respeto. Y lo más probable es que el mal, indiferente a nuestros deseos o a los caprichos de nuestra vanidosa inteligencia, siga su curso hasta llegar naturalmente al desenlace.
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