El teatro y la lucha
- Joel Bulnes
- 18 abr 2016
- 3 Min. de lectura
La lucha libre es, sin lugar a dudas, una de las manifestaciones populares más vivas y originales del teatro mexicano. Mientras que nuestros grandes teatros se vacían y nuestras autoridades de cultura se quiebran la cabeza tratando de “crear públicos”, los espectáculos de la lucha libre gozan del favor y del fervor de grandes sectores de la población. El problema con la lucha libre es que ha sido menospreciada tanto por el mundo del deporte como por el mundo del teatro. En este último se le considera simplemente como una versión pobre de la lucha grecorromana mientras que en el mundo del deporte se le acusa de ser demasiado “teatral”. Esto último es verdad, la lucha libre es ante todo una expresión teatral, y en este sentido existen más vínculos entre la lucha libre y la comedia del arte que entre la lucha libre y las artes marciales. Siempre se le ha recriminado su falta de verosimilitud y de seriedad y se olvida el hecho de que es precisamente en esta falta de verosimilitud y de “seriedad” donde reside su carácter festivo, popular y netamente teatral. La lucha libre, batalla entre buenos y malos, entre técnicos y rudos (con quienes, por cierto, suele identificarse más el público), no es realista y, por fortuna, nunca ha tratado de serlo. El hecho de mostrar la comicidad de la lucha, la auto ironía del combate entre seres humanos es, a mi modo de ver las cosas, uno de sus aspectos más positivos. En la lucha libre tradicional nadie espera ver sangre de la misma forma que en una comedia nadie espera que alguien salga herido de verdad después de un duelo o de un combate con espadas de cartón. Cuando esto sucede se trata de un error lamentable, de algo que no debería haber sucedido. De hecho, si la lucha libre mexicana fuera un combate real terminaría convirtiéndose en un deporte cruento, y perdería por completo su carácter cómico y teatral. Es preferible que la lucha sea “demasiado” teatral, caricaturesca, y no que sea un combate real en el que los luchadores terminan amoratados o medio muertos.
Por mi parte, creo que los interesados en el teatro podríamos aprender mucho de los espectáculos de lucha libre de los barrios, después de todo los buenos luchadores, quiero decir, los más queridos por el público, son en realidad buenos actores que desarrollan personajes efectivos con los que el público puede “identificarse”. En estos espectáculos callejeros, los luchadores y el público interactúan de forma constante y también se insultan sin que la cosa pase de ser una broma. Al parecer, todo el mundo entiende claramente su papel en esta forma de diversión.
El árbitro de la lucha (que es en realidad otro luchador encubierto) juega un papel importantísimo en el desarrollo de la acción “dramática” de una lucha porque representa a la autoridad. Recuerdo que en una de las luchas que yo presencié, los luchadores le quitaron su cinturón al árbitro y luego, todos, tanto los rudos como los técnicos, se unieron por un momento para darle sus buenos “cuerazos” al árbitro para regocijo de los asistentes. ¿No recuerda esto a una farsa en la que el policía (la autoridad) es apaleado por los ladrones?
Dado su carácter popular y teatral, pienso que los dramaturgos nacionales podríamos comenzar por llevar a cabo un par de ejercicios. El primero consistiría en tratar de escribir guiones efectivos para las peleas de lucha libre con luchadores existentes, y el segundo, en crear y desarrollar “personajes” para estas luchas, escribiendo posteriormente el guión de la lucha en la que se enfrentarían los personajes creados por nosotros. Todo esto, por supuesto, respetando la estructura “dramática” de las luchas que, como se sabe, se desarrollan en tres actos que corresponden a las “tres caídas”. De este modo podríamos probarnos en el conocimiento de nuestro público y en el manejo de elementos básicos para el desarrollo de un pequeño y modesto guión de teatro. ¿No sería este un buen entrenamiento que ayudaría a cerrar la brecha que hoy separa a los dramaturgos del gran público nacional? A mí me parece que estos ejercicios deberían ser una prueba, un examen de efectividad para nuestros dramaturgos.
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